Por Leticia Anahí Rivero Morales*
A las 22 hs de la semana cuarenta y un día Joaquín empezó a querer salir, se notaba que se movía distinto, empujaba, y se estiraba generando contracciones intensas. No estoy segura que fueran regulares. Pero, en ese momento sí lo creía, así fue como emprendimos viaje. Cometimos el atropello de ir a la guardia. Otra vez tacto, 6 cm de dilatación. Ahora me pregunto: “¿Por qué no me acosté a dormir? Si era inminente me hubiera despertado el dolor”.
La médica de guardia me llevó a la sala de monitoreo, con tres subdivisiones, me indicó la del medio, no podré olvidarlo jamás (como buena capricorniana) a la cortina le faltaba una arandela, por ende la punta colgaba, dejaba una luz de 30 cm. Cualquiera que pasara por ahí podría verme. A Michel Odent se le caería una lágrima.
Martes 2. Nos indican caminar por el Hospital 2 hs y volver. Para “acelerar” el trabajo de parto. De muy buen humor y casi sin detenernos nos paseábamos por el edificio semi vacío. Leíamos carteles para distraernos. Los pies dolían, tenía sueño, y no quería estar ahí. Me sentía disociada. Con miedo. No obstante volvemos a la camilla, con Joaquín dormido. Traté de sentirme cómoda en ese espacio espantoso que era la sala de parto. Ni música podían poner. Escuché todas sus conversaciones, sus risas, sus alardes, información no deseada. Finalmente dormí un rato, desperté a eso de las 6 am, comí una banana a escondidas.
7 am cambio de guardia. Se presenta el médico de turno, Tomás. Me propuso utilizar oxitocina sintética. Respondí que no quería que me induzcan el parto. Me contestó que no sería lo mismo, que esto sería conducción porque yo ya estaba dilatada solo me “faltaban” contracciones regulares. Hoy en día no puedo creer lo ilusa que fui, ¿como pude creer semejante mentira?. Sí, me dejé intervenir. La nube negra me iba cubriendo entera. Era su objeto, una muñeca de trapo. Me decían todo lo que tenía que hacer. Ya no pensaba, solo obedecía. Me puse una bata verde, que mejor dicho era una tela esmeralda oriental con tres tiras de cada costado para unir ambos lados del cuerpo. Desnuda hubiera sido más feliz que con esa humillante vestimenta. A continuación me rompieron la bolsa, un líquido calentito empezó a salir por entre las piernas. Me pidieron que puje “lo hacés bien” repetía la partera. Cada tanto volvía alguien a medirme, dilatada de 10 cm.
A esa altura ya había perdido la cuenta de todas las manos que habían entrado por mi vagina aquella noche, ya mañana. El dolor se incrementó sustancialmente. Era la hormona del amor sintético. ¿Como sentir amor natural en ese contexto?. Pedí la epidural a los gritos, tardaron bastante porque se la estaban colocando a otra parturienta. Mientras tanto mi compañero estaba cumpliendo con la burocracia, buscando papeles ya firmados donde autorizaba la intervención. El dolor iba en aumento. En eso se acercó una mujer con chaquetilla, observé, habló en voz alta: “esta muy abierto el goteo”. Lo cerró un poco. Llegó el anestesista, me preparó para la inyección en la columna vertebral. Acto seguido perdí fuerza. Ya no sabía si estaba pujando bien, no me sentía. Desconexión. Otros cuantos tactos. Hasta que se acerca Graciela, la partera y pronuncia las siguientes palabras: “No va a poder ser, esta de cara. Vamos a esperar a ver si se acomoda sólo”.
Pasaron 2 horas de espera, de tormento. Fui cambiando de postura, sabía que estaba la cabeza encajada, pero no me animaba a pujar, el miedo era tan fuerte, me paralicé. Regresó G y me miró con cara de indignación: “lo siento mucho, pero no creo que gire”. Mi corazón terminó de romperse, contesté: “Si no es natural, que sea cesárea”. Psicológicamente no estaba preparada para una cirugía mayor. Hablé superficialmente. Eso tardó otras 2 hs. Otra vez cambió la guardia. Se presentó la médico-cirujana. Yo ya no podía más del cansancio. Recuerdo mi visión borrosa. Me trasladaron en la camilla mientras lloraba desconsoladamente.
No estaba preparada para lo siguiente. Colocaron la anestesia, con dudas, sacaron el catéter y otro médico le indicó que lo deje y que pase por ahí mismo, se notaba que estaban inseguros. Ese sacar y volver a entrar me dio un dolor similar a un rayo de electricidad por la columna vertebral que me retorció toda. Acto seguido, ya acostada me atan el brazo izquierdo y en el otro colocan un medidor de presión, que apretaba muy fuerte. En consecuencia, el torso empieza a temblar estrepitosamente. Yo, llamando a Juan a los gritos hasta que lo dejan entrar y el comentario de los médicos fue, “qué suerte que entraste porque está muy alterada”. Como si fuese una experiencia agradable estar atada, rodeada de desconocidos.
Finalmente 14:21 hs nace mi hijo. No tengo idea de cuánto tiempo esperaron para cortar el cordón, simplemente me lo mostraron en el aire, todo azul, llorando. Se lo llevaron al neonatólogo (J estuvo presente) lo vistieron, lo revisaron, le pusieron la vitamina k, etc.
Mientras, la partera se asoma por una puerta y grita: “4 kilos 100 g. por eso no salía!”. Me lo trajo el padre en brazos, mientras me cosían, pedí tenerlo encima, no me dejaron, le di un besito y le dije: “Te amo”.
Una vez termiada la cirugía nos llevaron a la habitación. Tampoco recuerdo su primer hora de vida. El tiempo se tornó difuso, el día y la noche se fundieron.
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Ella/ Leti Rivero nació en General Pico, La Pampa en 1986. Es Artista visual. Actualmente vive en Buenos Aires. Podés ver su trabajo en Instagram