Magia/Poesía

Tamara Domenech

Paisaje chino
Scalabrini Ortiz y Aguirre.
Llueve.
No encuentro un lugar para estacionar.
Llego tarde.
Son las 10 de la mañana.
Mis hijos salen a las 12 de la escuela. Amigas, espérenme. Estoy llegando, les dice mi mente desde un teléfono que no puede enviar mensajes.
Mi jean gris ya tiene una rajadura a la altura de la rodilla y la remera rayada es la de los cafés que tomamos para los proyectos que haremos con la tristeza de los hijos crecidos.
Ya voy, encontré un lugar en la esquina, pongo un cartel en el parabrisas, oficial, no me lleve, la señora está por venir.
Antes de entrar al bar, encuentro dos mitades de lo que fue un cuadro chino.
Por la mitad, entre tener ganas de tomar un café y no llegar al colegio.
Ser una y transportar a los hijos.
Tener que hacer las cosas de la casa y sentir ganas de pintar sobre un papel un pensamiento tonto de cigarrillo.
No puedo dejar el cuadro bajo la lluvia. Apoyado sobre un árbol que soporta la historia de un continente que nunca conocerá.
Tengo que resguardarlo. Pesa. Estoy entrenada en llevar dos cuerpos, dos mochilas, dos abrigos, dos vasos, dos juguetes.
Y le pido a una madre de otra ciudad que me de fuerza para correr hasta el auto y regresar al bar. Me tomará unos minutos. No quiero defraudar a mis amigos.
Abro el baúl y dejo las mitades que me representan.
Hijos y pinturas. Bares y horarios.
Cuando llego a casa no lo recompongo.
Mis hijos preguntan por qué limpio un paisaje intentando llegar hasta allí.

Siesta
Nicaragua y Costa Rica.
Son las 2 menos cuarto de la tarde.
Estoy a una cuadra del jardín. Mi hijo me está esperando con la colonia después del almuerzo y su mochila en los hombros.
Voy con un cochecito vacío. La mente llena de cosas.
Lo que hice, lo que estoy haciendo, lo que voy a hacer.
Buscar y traer, comprar y guardar, limpiar y ordenar, llenar, vaciar, bañar, cambiar, tender, descolgar, congelar, calentar, barrer, recoger, encender, apagar, leer, apilar, pintar, remojar, abrir y cerrar. Una cadena de flores que coloco en mi pelo para adornar las horas en las que el apuro opaca el aire.
Cerca de una plaza siento ganas de renovar lo inútil.
Lo mío pegado afuera, el afuera pegado en la casa.
En una esquina un contenedor con tres bastidores, que sobresalen de una montaña de escombros, impide el paso del que tironeamos con una señora que copia lo que veo. Dejo el cochecito y aparto uno de pinceladas impresionistas con el dibujo de una siesta.
Un niño en el monte y una pareja recostada al lado de un carro que arrastra caballos.
Este cuadro contiene un sueño.
Llegar a horario es robarle a la calle lo que nos quitan las instituciones.

Piedras marrones sobre un cielo color pastel
Gurruchaga y Güemes.
Pruebo la posibilidad de que mi hija vaya más horas al jardín.
Estoy con un bebé recién nacido y camino a la hora de la siesta para distraerme. ¿Estarás bien?, le pregunto a mi hija a través de las hojas de los árboles que vuelan hacia el lugar en el que está.
Te extraño.
Yo no sé si hice bien.
Quise estar con tu hermano el tiempo liso que te di a vos.
Pero estás vos y me confundo y siento que tengo que estar con los dos.
Seres diminutos pidiendo la leche.
Haciéndose caca.
Los fideos con queso.
La diversión.
Yo me canso y quiero que un papá, papá abuelo, mamá, mamá abuela venga a tomar mates y diga, qué linda sos, sos buena, tomemos un helado.
Yo no sé cómo ser lo que nunca fui.
Y tiendo la ropa en la soga que corta el cielo por la mitad en nuestra terraza. El color igual, la infinita gama de mis sentimientos.
Si nos acostamos en el piso vemos las nubes moverse. No necesitamos un parque ni una casa grande.
Te presto mis collares y mis pulseras y nos disfrazamos para el cielo.
¿Nos mirará? ¿Le gustaremos? ¿Vos qué decís?, le pregunto a mi hija que está por salir de la escuela.
Yo quiero ser amada por el cielo de la tarde. Así pienso cuando quiero algo que extraño. Mi hijo está dormido en un caparazón de nuez prestado. Es suave, sus ojos son intensos. Hijo, espero que me quieras aunque dude.
Transporto un changuito azul con recuadros blancos.
Qué estarán haciendo las chicas que quiero ser.
Y la respuesta la encuentro en una esquina,
un experimento que decora la ciudad, rocas marrones sobre un cielo pastel.

Naturaleza
Gurruchaga y Güemes.
Camino con una bolsa de hacer mandados.
Ya hice las compras y no logré llenarla. Me levanto a las 3 de la mañana para hacer trabajos para personas que no valoran. Y cobro muy poco dinero.
Planifico las comidas mientras envío currículums con la tensión de la aguja del segundero.
Cuánto dinero tendría que cobrar para satisfacer las necesidades básicas y quedarme en casa el tiempo que quiera, pintando, escribiendo, jugando con mis hijos.
Trabajo, escriben mis dedos en la mente, conviértanse en un derecho lúcido y alegre como el derecho al tiempo de las ganas.
Trabajo, escriben mis pies en el piso, no me lleven lejos.
Pero el trabajo no llega como espero y en su lugar son las horas de rebuscarme las salidas del día a día. 100 pesos de aquí. 100 pesos de allá. Son los las cosas que puedo comprar. Pan, leche, fideos, pañales, caramelos que se amontonan en mi bolsa por la mitad.
Un hombre sale de un negocio y no sé por qué me ofrece un cuadro, una lámina con una naturaleza muerta.
Yo no pregunto cuando alguien me da algo que no quiere más. Ni digo gracias ni nada. ¿Qué sentido tendría agradecer deshechos?
Sin embargo se iluminan los ojos de una mendiga que está dentro de mí.
Es una virgen sucia y haraposa a la que no le pido nada porque no tiene, y le agradezco por mostrarme los colores.

Princesa
Costa Rica y Nicaragua.
Juro que en mi casa tengo lugar.
Te voy a poner mi nombre.
Te voy a prestar mi ropa.
Vas a ser la mamá que trabaja.
Vas a ser la mamá que extraña.
La princesa de los mandados de la noche que encuentra en la calle las sorpresas de los días.
La princesa delantal.

Bebé
Comodoro Rivadavia y Av. del Libertador.
Qué hace este bebé fuera del vientre de su madre.
¿Será el vientre este papel anaranjado?
Es un bebé deshecho pero cómo, si veo perfectamente sus contornos negros en posición de todavía no es el tiempo de salir hacia los brazos de nadie.
¿Será esta vereda de cartoneros y derechos humanos el punto intermedio en el que este bebé eligió para que lo miraran?
¿O será la obra irrepresentable de un dolor que comunica el adentro y el afuera del predio en el que trabajo?
El bebé dolor no quiere ser parte de la sala de exhibición.
Qué pedís bebé.
Qué te pasa. Yo no sé lo que dicen los bebés doblados en las hojas
pero intuyo que el deber es llevarse ese dolor para entenderlo.

Pañuelo
Nazca y Neuquén.
Hasta hace unos minutos llevaba de la mano a mis hijos a la escuela.
Arrastrando sus bolsos, sus pedidos de mentas de la tarde, sus rostros de resignación.
La noche y la mañana son caprichos contra un tiempo implacable que, de tantas horas,
me convierten en una canasta de frutas esperando la hora de la cena.
Ya los extraño si miro las veredas por donde mis botas altas pisan por falta de un calzado más cómodo.
La zapatería es un lugar caro y útil, de salvataje. Llevo una cartera en una mano y una bolsa con zapatos por arreglar, en la otra.
Veo un pañuelo doblado por la mitad con el dibujo de una llama cercana a los árboles y a las nubes.
Me lo llevo.
El extrañamiento se vuelve dúctil, transportable, sin futuro.

Tela estrellada
Argerich y César Díaz.
No me dejan salir así no más del trabajo aunque pida permiso.
Mis hijos salen a las 4 de la tarde y son las 3.
Tengo 100 pesos para la semana que se irán en un taxi
si me demoran unos minutos más. Pago para que me paguen.
Pienso en proyectos rosas dibujándose en el cielo azul.
Llueve y mis botas me hacen resbalar.
Casi digo, dejemos para mañana las cosas que hay que hacer
y una jefa se anticipa, primero sentate y escuchá,
después andate, mañana te espero a las 9 en punto.
Corro hasta el subte y las mujeres me abren paso con sus paraguas.
En el vagón llamo a la respiración común.
Escucho a un chico hablar por teléfono con su papá.
Le dice que su nuevo horario es de 8 a 3.
Qué utopía tiene la forma de los zapatos que me gustaría tener.
Qué consejos me dictan las veredas con los golpes que les doy para llegar a tiempo.
Una vez que llego al barrio me disfrazo con la calma que tendré para irme del dinero que necesito.
El viento enreda con una tela estrellada el tronco de un árbol.

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Tamara Domenech nació en La Plata, Provincia de Buenos Aires en 1976. Vive y trabaja en la Ciudad de Buenos Aires. Es Licenciada en Comunicación Social (UNLP), Diplomada en Gestión Cultural (UNSAM), escritora y artista visual. Publicó: Ilusión (Biblioteca Popular Ambulante, 2016); Recolección (Zindo & Gafuri, 2015); Secundaria (Color Pastel, 2011); Poemas en el jardín (Zorra Poesía, 2010); Las elegidas y Ropero (Ediciones Belleza y Felicidad, 2009); Familiares (Zorra Poesía, 2009) y ¡Yapa! Antología de pesadillas con finales felices (Capitán Minerva, 2008) y participó de las antologías: Color Pastel. Antología 2004-2012 (Fanzine de poesía, 2017); Qué hubiera dicho Safo (Ediciones Outsider, 2016); Poesía argentina del siglo XXI. (Editorial de la Municipalidad de Rosario, 2015); Reinversión (Proyecto Madonna, 2013); Escuela de Escritores (Libros del Rojas, 2012). Actualmente dirige Ediciones Presente. Los poemas aquí reunidos forman parte del libro Recolección publicados en el año 2015. Podés leerla también en  edicionespresente.blogspot.com  y tamaradomenech.blogspot.com