Nostalgia del futuro

El eterno retorno del cliché

Por Gerardo Montoya*

Antes de que naciera Matilde Suré le escribí varias tarjetas con lo que serían los regalos que recibiría de mi parte para sus primeros cuatro o cinco cumpleaños. Fue uno de mis primeros ejercicios de proyectar una infancia posible en términos operativos para alguien que desconocía absolutamente. Cerré los sobres con saliva y los guardé en una caja de recuerdos vía transmisión oral. Es decir, armé una cápsula de cartón que envié al futuro. Ella seguía en proceso de cocción, mientras junto a Daniela navegábamos el mar picado de una mudanza y los últimos meses del embarazo. Momento predilecto para que aparecieran objetos marca EraDeMisViejos, colección vintage 2014. Chatarra emocional a transferir como herencia, que también terminó encapsulada. Hasta ahora, Matilde no ha abierto ninguno de los sobres. Cuando estamos en modalidad cumpleaños, la vorágine de la organización de las fiestas me obnubila y distrae de contarle esto que ahora escribo. Capaz, cuando ella lea esto, aún siga viva esa caja de zapatos en el placard.

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Tuve un problema cuando nació mi primera hija. Tuve que aprender a dar. En realidad, el problema real es que antes de que ella naciera no había atravesado una experiencia en la que -desde las entrañas de mi ser- tuviera que dar. Descentrarme. Desenfocarme de mi precariedad identitaria, a la cual defendía como a una inversión sin riesgos. Verter voluntariamente al Yo sobre el agujero negro de la ontogenia. Dar por fuera de la estructura de intercambios en la que muchas veces estamos idiotizados mientras vamos construyendo eso que llamamos cotidianeidad. Tuve que aprender diez mil cosas nuevas. Por ejemplo, a incidir en planos distintos de la realidad con un solo brazo a la vez. No obstante, lo que más me ha marcado en toda la paternidad ha sido la experiencia de ‘dar’ como algo que sólo es posible sostener desde el amor (o como quieran llamarle a esa fuerza interna que permite atravesar imposibles).

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Sólo me permito decir la palabra ‘amor’ -sin neurosis de por medio- cuando hablo de mis hijos. Así de fuerte es la experiencia de la paternidad.

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Cuando llegó Vicente Gael en el 2016, ya sentía que estaba curtido. Curado de espanto. Lo más lindo que me pasa con él es tener que vérmelas con una persona distinta, con la otredad. Es decir, por suerte me he encontrado con el fracaso de lo pragmático ante la intención de querer aplicar lo aprendido como si fuese una fórmula que me habilita un atajo en nuestra relación. Obviamente, ese fracaso por momentos lo vivo con mucha frustración. Sin embargo, ante la potencia, prefiero que el esfuerzo quede de mi lado. Al menos, eso compré como mi función en todo esto. Quiero poder acompañar a Matilde Suré y a Vicente Gael, mientras la singularidad de cada uno me desenvuelve hacia lo inesperado.

 

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Gerardo Montoya nació en Monterrey, México. Vive en Buenos Aires desde el 2005. Es psicólogo, consultor de estrategia de contenido e identidad online, miembro fundador de la asociación civil Enclaves y poeta. Publicó el libro teamogrupoclarín (Pánico el pánico, 2016). Podés ver sus videos en https://youtu.be/-TtwaRuz9iY

foto/ Liz Montoya http://www.liz-montoya.com/