Relatos/Partos

Futuro

Por Noel Yolis*

Veníamos de vivir una experiencia familiar muy triste de esas que te dejan sin fe, y sin fuerza. En ese contexto decidimos buscar un hijo, en realidad decidimos dejar de no buscarlo. Era marzo.
Un viernes de mucho calor dos días antes de que terminara el año, me arrastro hasta la guardia del hospital con un cuadro de intoxicación severa, y ahí sin preámbulo me entero de que estoy embarazada. Esa noche todos nuestros planes de los días siguientes cambiaron, el malestar siguió y nosotros suspendimos la fiesta de año nuevo con amigos. Nos encerramos a mirar películas, comer chocolate, seguir procesando la tristeza de un año de mierda y pensar en cómo íbamos a hacerle lugar al futuro. Cuando se vive una muerte inesperada cercana, hacerle lugar al futuro no es una tarea fácil. Era diciembre.
Y ahí estábamos, fueron tardes de calor, escapadas al río, y un secreto entre nosotros.
Un domingo en el bosque un dolor me despertó de golpe, estaba saliendo el sol y el movimiento del agua se escuchaba fuerte, casi instintivamente fui al baño y de repente el futuro había terminado. Era enero.
Médicos, estudios y una tristeza repentina, no entendía cómo si ni siquiera había tenido tiempo de sentir alegría, de repente dolía tanto.
El tiempo pasó y nosotros volvimos a nuestra vida.
Una operación sencilla, más estudios, pocos resultados concretos y otra vez estaba embarazada. Me enteré un día de lluvia. Era septiembre.
Ahora sí, con el deseo más explícito, esta vez veíamos futuro, de nuevo teníamos un secreto entre los dos, estábamos confiados, me decía a mi misma que no podía perder otra vez. Pero perdí, perdimos. Esta vez llegamos más lejos, aunque a esa altura de mi vida ya era experta en frenar la ilusión con malos pensamientos, igual me ilusioné, nos ilusionamos. Un día nos dijeron que nos preparemos, que algo estaba mal. El corazón de ese pequeño ser se iba a detener, y se detuvo. El nuestro también. Ilusionarse es como venir corriendo a mucha velocidad sonriendo y perder la ilusión es como si de repente te pusieran un paredón de cemento enorme adelante y sin preverlo, sin esperarlo, con la sonrisa estampada en la cara quedás ahí, detenido, sin ver que hay del otro lado.
Ahora sí, el dolor era más fuerte, el físico también. Y del otro lado del paredón yo ya no veía nada. Era noviembre.
Otra vez cerca de fin de año.
Más estudios.
Mi cuerpo tenía condiciones no favorables. Decían que no podía sostener los embarazos, algo en mí los rechazaba.
Yo, que había sostenido un montón de cosas los últimos años, no podía sostener a mis futuros hijos. Llegué a pensar que era una señal del universo, que mi cuerpo por algo no estaba preparado. Quizás el futuro no era para mí pensé.
Pasamos el verano esperando. Me inyecté pócimas mágicas para hacer que mi sangre sea buena. También traté de preparar mi mente aunque eso siempre es mucho mas difícil. Otra vez era marzo.
El último resultado llegó un día que avisaba que el otoño había empezado, otro problema nuevo en mi sangre, otra mala señal. Era abril.
Decidimos no hacer más nada, ni prepararnos, ni ilusionarnos, ni estar expectantes. Seguimos viviendo.
Y vivimos.
Otra vez en el bosque un día de frío me sentí mal pero no reparé en nada, al rato me sentí mareada, cuando volvía cruzando el río, mi cuerpo no era el de siempre, a la noche de ese día ya sabía que estaba embarazada otra vez. Era Junio.
Durante los meses siguientes me preparé para lo peor, un pequeño lugar de mí guardaba una ilusión, pero por las dudas corrí más despacio, quería estar preparada para chocarme y que el impacto no me quebrara tanto.
Cada día de mi embarazo el deseo crecía, y el miedo también.
En esos meses me quedó algo muy claro, ni la vida ni la muerte se controlan. Eso, entre tantas otras cosas tienen en común ambas.
La vida y la muerte tienen pulsión propia, podemos ayudarlas, acompañarlas, esperarlas, pero nos trascienden, nunca estamos preparados para recibirlas a ninguna de las dos.
Esta vez parecía que había vida, a pesar de mi y por suerte. Y ya casi nada iba a poder detenerlo. Volvimos al río a pasar el verano.
Casi todos los días pensé que mi hija se iba a morir, me hice experta en imaginar las peores escenas de desgracia, era un ejercicio para prepararme por si otra vez me rompía toda. A pesar de esto, ni un día no fui feliz. Otra vez era enero.
El día previo a mi cumpleaños me enteré que ya no podíamos esperar más. El futuro estaba cerca.
No creo en las casualidades pero Selva, mi hija, empezó a llegar el día de mi cumpleaños, así como un gran regalo. Era febrero.
Tuve un viaje hermoso de contracciones intensas que vinieron a mostrarme que el dolor no siempre anuncia la pérdida, ni la muerte.
El dolor a veces también anuncia la vida.
Y la vida llegó.
Dicen que las madres le damos la vida a nuestros hijos.
En mi caso puedo asegurar que mi hija me la dio a mí.
Ahora tenemos juntas el futuro por delante.

 

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Ella/ Noel Yolis nació en Buenos Aires en 1980, desde 1999 trabaja en la industria del entretenimiento, la música y la cultura. Actualmente está a cargo del equipo de programación y contenidos de CCKonex. Cada tanto, en secreto, escribe.