Nostalgia del futuro

Apuntes para una escritura imposible

Por Fernanda Nicolini*

Estoy en un planeta paralelo en el que no sé nada y lo aprendo todo al instante. Me dicen: tenés que escribir sobre eso.
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Un brazo acaricia, mece, sostiene y el otro hace todo lo demás para la supervivencia. ¿Cuándo?  ¿Cómo? Imposible escribir. Tomo notas mentales.
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“Yo pensé que iba a ser una madre súper canchera, con mi bebé en el foulard de acá para allá. Pero no. No es como yo imaginé”.“Me preguntaba: ¿no lo tengo demasiado en brazos?”. “Llegué a pensar que era malhumorado y tenía solo un mes y medio”. Las amigas vienen y visitan, cuentan y contienen. Somos las mujeres primitivas de la cueva. Armamos comunidad para cuidarnos entre nosotras. Nos confesamos secretos.
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Leí libros durante nueve meses y ya los olvidé. La maternidad tiene su ideología. La única verdad es la realidad.
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“Aprovechá que pasa rápido”. Me duelen los pezones, hoy no almorcé y acabo de hacer pis con el bebé a upa. No sé qué hacer con ciertas frases.
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Amiga me cuenta que conoció a una señora que no tenía plata para comprarle la leche de fórmula a su hijo recién nacido: pienso toda la noche en esa mujer. Amiga me cuenta que otra amiga tuvo una hija con problemas neurológicos: pienso toda la semana en esa madre. Pongo el documental La sal de la vida y lo saco a la tercera imagen de niño desnutrido. Los bordes del umbral del dolor se reformulan. Expandidos para soportar el propio, se contraen frente al ajeno. Lo que pudo el cuerpo, ya no lo puede el corazón, el alma o lo que sea que se agujerea entre las tetas que se llenan y vacían cada dos horas.
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Mi marido me manda un mail con un link. Una canción creada por científicos para darles felicidad a los bebés. La ponemos. El bebé nos mira: a él, a mí. Y se larga a llorar.
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Primer mes: “Pensé que iba a ser más difícil”
Segundo mes: “No pensé que iba a ser tan difícil”
Tercer mes: “Dicen que a partir de ahora es menos difícil”
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¿Quién soy? Pregunta la amiga. Puedo verla, definirla, reconocerla. En cambio yo me disuelvo, estoy disuelta, soy la que se mezcla con la leche y el sueño. Y en el sueño, sueño que soy madre y que mi hijo está en peligro. Cuando me despierto, me quedo mirándolo, alejando los fantasmas de ese cuerpito que se sacude con imágenes sin palabras. ¿Con qué sueña?
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¿Todas controlamos alguna vez su respiración? “Todas”.
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La espera en semanas, el dolor en minutos, el alimento en horas, la edad en meses, el amor en infinito punto rojo. La unidad de medida establecida  para cada cosa mientras el tiempo gira sobre sí mismo. ¿Qué voy a hacer lo que queda del día con este bebé?
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A veces siento que mi hijo varón también es mujer. ¿Soy yo la que está ahí dentro?
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Acumulo imágenes. Escena de Top of the lake: veo rugir a la niña de doce años que nunca deseó al hijo, ese que ni siquiera supo cómo lo concibió, para defenderlo del peligro. El bebé es un mamífero, la maternidad es salvaje.
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“Tu padre te acunó tres noches seguidas cuando enfermaste de meningitis para protegerte de la muerte. Creía que en sus brazos no ibas a morir”. No puedo recordar en qué serie lo dijeron.
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Mi marido se despierta en medio de la madrugada y me acaricia la espalda. Se oye la succión instintiva, la leche que fluye con la pulsión nocturna. “Qué paciente y dedicada”, susurra. Me doy cuenta de que no podría hacerlo de otro modo.
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Bañando al recién nacido (Sharon Olds)
Amo recordar, con un amor casi temeroso,
los primeros baños que le di,
era nuestro segundo hijo, así que yo ya sabía qué hacer,
recosté el pequeño torso a lo largo
de mi antebrazo izquierdo, la nuca
en el hueco de mi codo, las caderas, contra mi muñeca,
como la cola de la más diminuta golondrina,
el muslo sostenido levemente
en el lazo del pulgar y el índice, el
gesto que significa que algo es perfecto. Lo enjabonaba,
los fríos pies violetas, el escroto
arrugado como un molusco marino, el pecho,
las manos, las clavículas, la garganta, los pelos
pegoteados a su cabeza. Cuando lo enjabonaba demasiado
se me resbalaba como una brazada de fideos
enmantecados, pero yo lo sujetaba sin apretar, sentía que era buena para él.
Le contaba acerca de su maravilloso cuerpo
y el maravilloso jabón, y él me miraba,
una semana de edad, sus ojos muy abiertos
y alarmados. Amo ese tiempo
de arrullarlos y arrullarlos, cuando
la calma les va entrando lentamente, se la puede
sentir en la mano que los sostiene,
la pequeña columna descansando en
el músculo de tu antebrazo, sientes como
el miedo los abandona, él se recostaba en la ovalada
bañadera de plástico azul y
me miraba con asombro y empezaba a
mover deliberadamente
sus piernas sedosas en el agua.
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En mi memoria como un tatuaje: esa primera mirada.
Hundo mi nariz en el pliegue de su cuello con olor a pan lactal. Todo tiene sentido.

 

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Fernanda Nicolini nació en 1979 y hasta los dieciocho años vivió en Mar del Plata. Es periodista. Publicó las plaquetas de poesía Rubia y Once, y el libro Ruta 2. También es autora de la novela Te pido un taxi en colaboración con Mercedes Halfon y de Los Oesterheld, junto con Alicia Beltrami. Actualmente dirige la revista Brando y vive en Villa Urquiza.